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La dicha del desprecio (una segunda oportunidad)

La dicha del desprecio (una segunda oportunidad)

sitka

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Capítulo

Tras años del inesperado fallecimiento de su padre, Robert Harrison ha aprovechado la falta de un testamento para mal gastar gran parte de la fortuna que le correspondía a la familia. Desesperado por dejar a sus hermanos y madre cerca la banca rota, busca la ayuda del mejor amigo de su padre, Theodore Lennox, este accede a ayudarlo con la condición de que se lleve a cabo el matrimonio planeado desde la infancia de su primogénito Antoine Lennox con Lauren Harrison. Sin embargo, ella a sido deshonrada, lo cual ahula instantaneamente el compromiso. Para tener la ayuda del señor Lennox debe haber un matrimonio, por lo que deciden que los siguientes en la línea contraigan nupcias, Thomas Lennox y Diana Harrison. Pero Thomas se rehusa a casarse con Diana por la deshonra de su hermana. Antoine Lennox fue amado y protegido por el señor George Harrison como si fuese su propio hijo y sabe que Diana lo era todo para su padre. Persuadido por el agradecimiento y el afecto que siente por el hombre que estuvo para él cuando su madre murió se sentirá obligado a renunciar a la libertad que el error de Lauren le otorgó y decidirá saldar la invaluable duda que tiene con George Harrison protegiendo a su hija de la deshonra. Sin embargo tendrá que enfrentarse al pasado que lo atormenta, la inocente amistad que compartía con Diana, que abandonó el día en que tomó la decisión de deslinadarse de todas las personas de alta sociedad, sin tomar en cuenta el dolor que Diana experimentó al perder a su mejor amigo.

Capítulo 1 Inicio

Diana se preparaba para bajar al comedor con la ayuda de una de las sirvientas. El corset que debía usar no le gustaba en absoluto, pero sabía que su hermano se molestaría si notaba que no lo traía puesto. Tanto la dificultad para respirar

como la incomodidad que provocaba aquella prenda, no era nada en comparación con soportar el mal carácter de su hermano. Minnie may, le ayudó a colocarlo. A medida que tiraba de los cordones del corset, Dianna, sentía como se comprimía todo su abdomen, recordándole que includo su respiración era limitada por las exigencias de Robert. Al terminar de colocarse el corset, la sirvienta le ayudó con su vestido para terminar de prepararse. Minnie may, hizo una reverencia y se retiró de la habitación, dejando sola a Dianna. Esta se detuvo a mirar por su ventana. Como todas las mañanas, aquel ejercicio le ayudaba a lidiar con el vacío que su padre dejó al morir.

La vista que se apreciaba desde su habitación era de lo que en algún momento fueron los establos. Lo que antes estuvo repletos de caballos, hoy se encontraba completamente abandonado. Robert había vendido cada uno de ellos, por el contrario de su padre y Dianna, él no sentía ni el más mínimo aprecio por aquellos animales. Tomando ventaja de la ausencia del señor Harrison y que aquello lo convertía en la cabeza de la familia, los vendió a todos los caballos, incluyendo a Pepper, un caballo negro

de gran tamaño que George Harrison, le dio como obsequio su pequeña hija en su cumpleaños número trece.

Uno de los vacíos más grandes que sentía, fue perder aquel hermoso caballo que para ella era lo más cercano que tenía al recuerdo de su padre, y ahora lo más cercano que tenía a Pepper eran aquello establos abandonados. Aún desolados traían a su mente los miles de momentos que vivió junto a su padre. Desde que muy pequeña, él le enseñó a cabalgar, pero aquellas clases no se limitaban a la manera correcta de montar, con paciencia, le explicó lo importante de la relación entre jinete y caballo, el señor Harrison estaba convencido de que aquellos animales no solo eran un medio de transporte.

Cuando encontraban al jinete correcto se formaba un vínculo, de modo que se debía construir una relación con animal.

Ambos debían confiar el uno en el otro, como con las personas, era necesario que existiese la conexión que permite al caballo comunicarse con su jinete y viceversa. Su padre le decía que el caballo era quien marcaba el ritmo del galope, el deber de su humano era acoplarse a este, para juntos formar la majestuosa melodía que ambos darían a su paso.

Diana había montado muchos caballos, mientras aprendía a cabalgar, pero jamás había tenido uno que fuera completamente suyo, hasta su cumpleaños número trece, cuando su padre llegó temprano a su habitación para

despertarla. No había alegría más grande que despertar con un beso en la frente acompañado con la suave caricia de su barba, mientras le deseaba un feliz día. Aunque no sabía de la gran sorpresa que le aguardaba, la emoción de disfrutar aquel día junto a su persona favorita le causaba un gran entusiasmo. En aquella ocasión el señor harrison no pudo esperar a que su pequeña niña se preparara, justo después de despertarla, la cargó en su espalda, dirigiéndose al establo, aunque Diana imaginaba que cabalgarían, no esperaba la gran sorpresa que le aguardaba. Al entrar al establo, se encontraron con un enorme caballo negro, el semental más hermoso que pudo encontrar. La pequeña Diana no podía creerlo, ante sus ojos se encontraba con el regalo que más anhelaba en el mundo, un caballo que fuera solo suyo.

Comprado especialmente para ella. La conexión fue instantánea, el sol que entraba en el establo, hacía la escena más cálida. George Harrison llevó a su hija hacia al caballo, que estaba siendo cepillado por un sirviente y le dijo, "Él será tunuevo compañero", no era necesario que se lo hiciera saber, ella lo supo desde que entraron por las puertas del corral. Diana no quiso esperar, lo montó inmediatamente, y con cada paso que daba en dirección al caballo la confianza entre ambos crecía. Con el paso del tiempo y con la guía de su padre, ella logró formar aquel vínculo que tanto anheló tener, Pepper, no solo era un caballo. Ambos se entendía perfectamente, no era necesario golpearlo o lastimarlo, con un sonido Pepper sabía lo que su jinete quería, y viceversa, se comunicaban perfectamente sin necesidad de hablar. En su lomo, Dianna, experimentaba las mejores cabalgatas, una de las mejores compañías y la sensación de libertad absoluta, por todo aquello, el haberlo perdido fue simplemente devastador.

Gran parte de la relación tan cercana que Diana y el señor Harrion tuvieron, eran las horas que pasaron juntos cabalgando por todo Farenhall, que en aquel momento era su hogar y aunque de aquella bella época solo quedaran los establos vacíos, eran suficiente para hallar consuelo cuando más desesperada se sentía.

Dos golpes en la puerta la obligaron a salir de sus recuerdos. La puerta se abrió, Diana volteó su mirada y se encontró

con el dulce rostro de su hermana, Lauren, esta se acercó y le dijo:

-Hoy quise venir por ti para ir juntas al comedor -dijo Lauren.

-¡Gracias!, soy muy afortunada- respondió Dianna.

-¿Qué tanto mirabas en la ventana? -preguntó Lauren, levantando ligeramente el mentón para señalarla.

-No mucho -dijo Diana con frialdad, mientras apartaba la mirada.

Lauren se acercó a Diana y puso la mano sobre su hombro.

-¿Segura? -preguntó dudosa

-No te preocupes por mí, estoy bien -dijo Diana fingiendo una sonrisa.

Lauren miró a Diana no muy convencida con su respuesta.

-Vamos al comedor, mamá ya debe estar esperándonos -dijo Diana tratando de desviar la atención de Lauren.

Diana tomó el brazo de Lauren y lo abrazó con el suyo, para obligarla a caminar junto a ella y olvidar la conversación

que evidentemente no deseaba tener en aquel momento.

Al llegar al comedor, su madre y sus hermanos ya estaban sentados en la mesa, Diana les dio los buenos días a todos

con un beso en la mejilla. Por la tranquilidad en el ambiente, se notó la ausencia de Robert, así que preguntó:

-¿Robert, no bajará a comer? -preguntó Diana.

-No, estaba muy cansado -dijo su madre.

-Cansado... ¿De qué? -preguntó Lauren.

-Llegó tarde anoche y no sé dónde estaba, así que no comiencen a interrogarme- responde su madre a la defensiva.

-Está bien, mamá -interviene Dianna.

Uno de los sirvientes entra en el comedor, hace una respectiva reverencia y le entrega una carta con el sello Lennox, a

la señora Harrison.

-¡Ábrela! -exclamó Diana desesperada.

-Tranquila eso iba a hacer -responde su madre.

Odette rompe el sello de cera, abre la carta y comienza a leer. Diana está impaciente por conocer su contenido, por otra

parte, Lauren no está muy segura de querer conocer el contenido de la carta.

-El señor Lennox, quiere que le visitemos mañana en Rowelldon, nos invita a tomar el té -dijo su madre sorprendida.

En el rostro de Diana se dibujó una enorme sonrisa. Habían pasado dos meses desde la última vez que vió a su amado Thomas, la ausencia de su dulce compañía, comenzaba a afectar el ánimo de Dianna.

-¿Crees que estarán todos los Lennox? -preguntó Lauren con una ligera inquietud.

-Para tu tranquilidad, lo más probable es que el señor, Antoine Lennox, no asista -responde su madre con fastidio.

-¿Estás segura? -preguntó Lauren preocupada.

-¿Por qué te molesta Antoine? -preguntó Frances llena de curiosidad.

-¡Frances! -exclamó la señora Harrison disgustada. -Debes decir, el señor Antoine Lennox.

-Perdón -responde Frances resignada -Pero... ¿por qué?

-No es de tu incumbencia -Le responde Lauren fastidiada.

-A mí me parece muy agradable -confesó Frances.

-¡Entonces cásate con él! -exclamó Lauren fastidiada.

-¡No tengo edad para casarme! -contrarresta Frances. -Además mamá no me dejaría.

-Eso quiere decir que si te gusta ¿verdad? -interviene Dianna, con su pícaro comentario.

-¡Por supuesto que me gusta! -exclamó Frances.

Diana suelta una carcajada, no puede creer lo que Frances acaba de confesar.

-No la culpo, el señor Antoine Lennox, es muy divertido -aprovechó James, el hermano menor, para expresar su opinión.

-Así que ahora, todos lo aman... -dijo Lauren refunfuñando.

-Lauren, no los culpes, ellos si han convivido con él, no como tú -le recrimina su madre -. La mancha en su cuello no es relevante para nadie más que para ti.

-Para cualquier persona con un poco de sentido común, le incomodaría ver eso -dijo Lauren molesta.

-No hables así de él, será tu esposo y le debes respeto -exigió Odette.

Lauren no quiso responder a eso, sabía que simplemente sería de ese modo, le gustara o no, así que decidió cambiar de tema.

-¿Cuándo, se supone, que convivieron con Antoine? -preguntó Lauren desconcertada.

-Hace unos meses, el señor Lennox, nos invitó a Kellynham el hogar del señor Antoine Lennox -dijo Odette.

-¿Por qué solo a ustedes? -preguntó Lauren molesta.

-Nos invitó a todos, pero Robert dijo que no quería que la institutriz tuviera que viajar hasta allá, como sabes para obert las clases para ti y Diana son prioridad, por eso Robert, Diana y tú no asistieron.

-Ya veo, pero cuando se fueron no nos dijiste que irían allá -responde Lauren disgustada.

-¿Por qué querrías saber eso? -preguntó Odette -Hasta donde tengo entendido, él no te agrada.

-Bueno... ya no importa -dijo Lauren frustrada.

El resto de la comida, se la pasaron hablando de la emoción que sentían todos de visitar a los Lennox. El contenido de la carta explicaba que llegaría un carruaje a primera hora mañana, para llevar a la familia Harrison a Rowelldon.

Diana tenía una imagen maravillosa del señor Theodore y como mejor amigo de su padre, ella le guardaba un gran afecto, pero lo que realmente le entusiasmaba el viaje, era poder disfrutar de la compañía de su amado prometido.

Al terminar el desayuno, Diana decidió ir a la biblioteca de la casa a buscar un buen libro. Buscando en los estantes, entre los muchos libros que no le despertaban interés, encontró uno de poesía, este contenía varios de los sonetos que Thomas le recitaba, él era amante de la poesía. Oírlo declamar ponía el corazón de Diana a latir con más fuerza de lo normal.

Cuando George Harrison vivía, él y Theodore Lennox, decidieron que no habría mejores prospectos para que sus hijos contrajeran nupcias, que aquellos con los que convivieron la mayor parte de su vida. Ambos eran hombres de buen apellido por lo que sus hijos también lo eran, de modo que los emparejaron tomando en cuenta la edad, cada hombre se casaría con la mujer que más se acercara a su edad. Antoine, era el mayor de todos, así que se casaría con la hija mayor del señor Harrison, Lauren; Thomas era el segundo hijo del señor Lennox así que se casaría con la segunda hija Harrison, Diana, y por último Robert que era el hijo mayor, debía casarse con Charity la tercera hija del señor Theodore Lennox.

Antoine no solía asistir a eventos sociales, por lo general se la pasaban en alguna de las cuatro propiedades que poseía. Si asistía era un par de horas, luego se retiraba, por lo que él y Lauren no solían conversar, se limitaban a saludarse. Por su parte Robert y Charity simplemente se resignaron a aceptar que debían casarse, tampoco entablaban muchas conversaciones ni compartía mucho tiempo, pero se percibían bastante tolerables el uno al otro. Thomas y

Dianna, a pesar de acercarse por el infierno que se formó a causa de la muerte del señor Harrison, el apoyo que Thomas le demostró a su prometida, hizo que entre amos naciera un genuino amor. De niños no eran muy cercanos, pero cuando ocurrió la tragedia, Thomas, se portó como todo un caballero, estuvo al lado de Diana en todo momento, le dio su apoyo y su compañía, haciendo más llevadera su profunda pena.

Al pasar de los años Thomas se encargó de aprender muchos de sus poemas favoritos, cada uno más romántico y profundo que el anterior. Todos los recitaba para compartirlos con Dianna, por la cercanía que se formó entre ambos, le confesó su más grande sueño, tener una esposa que lo amara con toda el alma, tener hijos con ella y poder formar una hermosa familia. Despertar a su lado, viendo su rostro por la mañana, llevarla de la mano, presentarla a todos con orgullo. Aquel sueño le resultaba muy tierno a Diana. Poco a poco, con cada poema, con cada mirada, con cada confesión que se hacían, se daban cuenta que sus almas estaban hechas para estar juntas.

Aquel libro revivía los bellos momentos que compartían, por la nostalgia de estos decidió abrazarlo, mientras los repasaba en su mente. Cada uno de esos hermosos paseos por los jardines de Rowelldon, devolvían la fe a su corazón, al casarse por fin podría irse lejos del infierno en el que Robert convirtió su hogar. Junto a él la vida sería absolutamente distinta.

Un fuerte estruendo abre la puerta de la biblioteca de par en par, provocando un terrible susto a Dianna, es Robert, entrando a la habitación con los ojos llenos de ojeras, despeinado, desaliñado y sin calzado, ignora la presencia de su hermana por completo. Se sienta sobre el escritorio de su padre, a leer los papeles que llevaba en la mano. Mientras los

ve, Diana nota un gesto de desesperación que jamás había visto en su rostro, así que decide preguntarle:

-Robert... ¿estás bien? -preguntó Diana

-¡Vete! -responde su hermano con firmeza, sin voltear la mirada.

-Sí puedo ayudarte... -dijo Diana

Robert se levanta de forma agresiva de su asiento. Se dirige lleno de furia hacia su hermana, la toma por el brazo con mucha fuerza, la arrastra hacia la salida, la saca de la habitación y cierras las puertas. Diana conocía el desprecio que su hermano le tenía. No era la primera vez que le hacía algo como eso, ya varias veces le había levantado la mano, pero esta vez en su rostro no vio furia hacia ella, sino el sentimiento de preocupación inmenso que tenía en aquel momento.

Desconcertada por lo sucedido, decide bajar al salón, para hablar con su madre.

A toda velocidad, Diana baja los escalones que llevan al primer piso. Sostiene su vestido con una mano para asegurarse de que sus pies no la hagan tropezar, mientras la otra mano sostiene el barandal para darse soporte. Al llegar al final de la escalera, camina casi a paso de trote por el pasillo, hasta llegar al salón. Abre la puerta y se encuentra con su madre bordando.

-¡Mamá! -exclamó Diana desesperada.

-¿Por qué tienes esa cara? -preguntó su madre preocupada -¿Ha pasado algo?

-Robert, entró a la biblioteca cuando estaba leyendo y se veía muy mal, jamás lo había visto así -respondió Diana

atormentada.

-Mal, ¿cómo? -cuestionó su madre confundida.

-Estaba desaliñado, debiste mirar su rostro, lleno de desesperación, preocupado, creo que algo anda mal -declaró

Diana con insistencia.

Su madre se queda pensativa, viendo por la ventana, con un muy mal sabor de boca.

-¡Ve y pregúntale si algo sucede! -exige Diana.

-Esperaré un rato a que esté más calmado, si esa preocupación viene con furia no quiero que se descargue conmigo

-dijo su madre justificándose.

-Mamá, por favor, en serio se veía muy mal, algo a sucedido -insistió Diana.

-Diana, tu hermano lleva equivocándose mucho tiempo, lo que haya hecho algún arreglo tendrá, el señor Lennox no

dejará que algo malo nos suceda -dijo su madre tratando de calmarla.

-Mamá...

-¡Basta! -interrumpió su madre -te dije que esperes.

-¡Siempre es lo mismo contigo! -gritó Diana -¿Cuándo entenderás que pretender que nada sucede no lo convierte

en realidad?

Diana sabía que su madre, le tenía miedo a Robert, pero estaba furiosa por la falta de interés que mostraba, de modo

que se le hizo imposible controlarse, necesitaba decirle lo que pensaba, ya que llevaba mucho tiempo guardándose sus

comentarios.

Salió del salón furiosa, aunque también sintiendo culpa por la forma en la que se había dirigido a Odette, pero a pesar de sentir la necesidad de dar vuelta atrás y pedirle una disculpa por su arrebato, no lo hizo.

Con semejante tormento presionándole el pecho, no pudo irse a su habitación, el recuerdo de su hermano desesperado dándole vueltas en la cabeza, se lo impedía, así que decidió pasear por el jardín. Su hermana, Lauren, a pesar de ser con la que mejor se llevaba, no iba a darle importancia, ya que Robert solía meterse en muchos problemas, por pasar gran

parte de su tiempo jugando al emprendedor, intentando meterse en negocios que no comprendía, siendo estafado por su limitado conocimiento de las inversiones, en los bares tomando y pagando por sexo, pero, aunque nadie quisiera

escuchar, Diana estaba segura, no era una cosa sin importancia, esta vez algo grave había sucedido. Por más vueltas que

daba en el jardín no lograba imaginar el motivo por el cuál Robert parecía tan atormentado. ¿Habrá insultado a alguien

importante en una pelea?, ¿habrá prometido algo a alguna mujer?, ¿tendrá algún problema con el señor Lennox?

En la biblioteca se encuentra Robert leyendo los papeles que llevaba en la mano, no puede explicarse cómo fue a suceder

esto, lee y lee, pero aún no lo entiende. Sus inversiones se han perdido, las propiedades de su padre las había vendido,

lo que su madre le pidió que apartara como dote para sus hermanas, ya no estaba, lo ha perdido.

Dos golpes suenan en la puerta.

-¡Robert! -llamó Odette -¿estás ahí?

-Mamá, estoy ocupado -contestó Robert, tratando de fingir calma.

-Diana me ha dicho que te sucedió algo -dijo su madre.

Robert se enfada al oír que Diana ha ido a contarle a su madre lo sucedido, con sus manos se toma el cabello y tira de él con fuerza. Terminado el berrinche, se levanta de su asiento y se dirige a la puerta, le quita el seguro y deja pasar a su madre. Robert se sienta de nuevo en el sillón del escritorio y su madre en el asiento frente él.

-¿Qué sucede? -pregunta Odette sorprendida por el aspecto de Robert.

-Estamos quebrados... -dijo Robert sin más.

-¿¡Cómo!? -exclamó su madre desconcertada.

-Querías saberlo, eso es -responde Robert mientras esconde su cara entre sus manos.

-Robert, por favor -suplica Odette -. No puedes reaccionar con tanta indiferencia a lo que me acabas de decir.

-No es indiferencia, mamá -prosiguió Robert -. Perdí casi todo mi dinero, lo que me queda, como mucho, alcanzará

para unos cuatro meses.

-Espera... dijiste tu dinero -prosigue Odette -. Entonces aun queda la dote de tus hermanas, podemos usar eso

por ahora.

-Yo nunca aparté ninguna dote -confesó Robert -. Y tampoco creas que hice algún ahorro.

-¿Qué? -preguntó Odette al borde del llanto -¿¡Qué sucede contigo!?

-No creí que fuera necesario -explicó Robert.

-¡Ese dinero, no era solo tuyo, era de todos! -reclamó Odette con la voz entrecortada -Era mío, de tus hermanos,

era todo lo que dejó tu padre...

-Lo resolveré... -aseguró Robert.

-No puedes ni resolver tu peinado y ¿crees poder resolver esto? -preguntó Odette decepcionada, mientras las

lágrimas salían de sus ojos.

-Hablaré con Theodore, él nos ayudará -Aunque esas eran sus intenciones, no estaba seguro de que Theodore le

ayudara, era demasiado dinero el que necesitaba.

-¡No puedes seguir así! -exclamó Odette -Siempre haces lo mismo, te metes en problemas y vas donde el señor

Lennox, para buscar su amparo.

-Mi padre, no está por su culpa -dijo Robert -. Así que su obligación es ayudarnos.

-¡Es humillante! -exclamó Odette furiosa -¿¡No lo entiendes!?, eres un Harrison y te comportas como su fueras un

don nadie.

-Cálmate -dijo Robert mientras se acariciaba la nuca con la mano derecha.

-Eres muy inconsciente, Robert -prosiguió Odette -. Aún quitándole el sustento a tu familia, eres incapaz de

comprender la gravedad de las cosas.

-Los reclamos no te quedan madre... -dijo Robert mirándola con frialdad.

-¿Cómo te atreves? -preguntó su madre con desprecio

-Desde que él murió, no has hecho otra cosa que jugar a la viuda sufrida -reclamó Robert -. Tu pudiste haber clamado la herencia y hacerte cargo del dinero, pero sabes perfectamente que no eres capaz de hacer nada más que

bordar.

Odette se levantó de la silla y se retiró de la habitación, no podía creer lo que su hijo se había atrevido a decir. Era cierto que no se había encargado de las finanzas de la familia, pero los niños eran muy pequeños cuando George falleció y creyó que lo mejor era concentrar su atención en ellos, pero ahora se había dado cuenta del error que cometió. Diana muchas veces le advirtió que debía vigilar los movimientos de Robert, pero como de costumbre no quiso escuchar a su hija.

Tras la muerte del señor Harrison, Odette se sentía inútil, solo vivía para complacer a su esposo, sin él, no sabía por quién vivir. El señor Harrison siempre le exigió las cosas en su hogar de cierto modo, por lo que Odette se encargaba de que cada una de sus exigencias se cumpliera al pie de la letra. Lo atendía siempre de la mejor manera, alistaba su vestimenta, revisaba el menú del cocinero con mucho detalle, asegurándose de que todo fuera del agrado de su marido.

El vació que le provocó no tener al señor Harrison, dio pie a que Robert hiciera de las suyas con todas las finanzas, mientras ella se encargaba de compensar la ausencia de su marido, sobreprotegiendo a Frances y James, pero Odette, jamás imaginó las consecuencias que aquel descuido podría traerle.

Odette subió los escalones para ir a su habitación, no se encontraba de humor para hablar con nadie, tanto era su dolor que había olvidado por completo visitar a sus hijos mientras les daban las clases.

-¡Mamá! -exclamó Lauren mientras se acercaba a su madre

-Después, hablamos -dijo Odette -. Quiero descansar.

-Es importante, por favor -insistió Lauren.

-¿Qué quieres? -preguntó Odette fatigada

-Hablemos en mi habitación -dijo Lauren mientras alcanzaba a su madre.

Por su parte Diana seguía pensando que Robert no era el tipo de persona que tomaba sus problemas en serio, solo se daba cuenta de la magnitud de sus acciones cuando ya no había vuelta atrás, pero aun siendo así, nunca solía estresarse como tal, solo conversaba con el señor Lennox y este intercedía por él, por lo que estaba acostumbrado a salir librado siempre. No necesitaba estresarse de más, pero sabiendo eso ¿por qué estaba tan preocupado?

Con todos sus pensamientos atormentándola, no notó que llevaba horas en el jardín, el cielo ya se había oscurecido por lo que decidió entrar finalmente en la casa. Mientras subía los escalones topó con un sirviente, él la reverenció y le dio

una advertencia:

-Señorita Harrison, sé que no es de mi incumbencia, pero su madre lleva un gran rato en la habitación de la señorita

Lauren y también se escuchó que le estaba gritando -le comenta el sirviente preocupado.

-Tiene razón -prosiguió Diana -No es de su incumbencia.

Diana apartó fríamente su mirada del sirviente, subió los escalones con velocidad, corrió por el pasillo hasta llegar a la habitación de Lauren, tocó dos veces la puerta, abrió y se topó con una horrible escena. Lauren estaba sentada en la cama con la cara escondida entre sus manos. Es obvio que está llorando. Su madre esta justo frente a ella, su rostro refleja una furia que pocas veces Diana ha presenciado.

-¿Qué pasó? -pregunta Dianna

Su madre la ignora por completo.

-Por tu bien, reza para que no sea así -dijo la señora Harrison dirigiéndose a Lauren.

La señora Odette caminó hacia la puerta, pero se detuvo en seco, retrocedió hacia Lauren le quitó las manos del rostro y la abofeteó con toda su fuerza. Terminada aquella acción salío de la habitación. Diana camina con rapidez hacia Lauren, con su mano le acaricia el rostro, su hermana tenía los ojos hinchados, llenos de lágrimas.

-Dime lo que sucedió -exigió Diana -¿tiene que ver con Robert?

-No -respondió Lauren entre su llanto, mientras negaba con la cabeza.

-Entonces no entiendo, ¿Qué sucedió? -preguntó Dianna.

-Diana abrázame, no quiero estar sola -suplicó Lauren.

Diana no quiso insistir, solo accedió al pedido de su hermana y la abrazó mientras su llanto poco a poco cesaba. Al cabo de una hora, Lauren estaba dormida, pero Diana seguía acariciando su cabello castaño oscuro, largo y lacio. Pero verla así hizo que se preocupara aún más, ya no era solo Robert con sus tormentos, ahora su hermana tenía su propio desastre

y desconocía por completo lo que les sucedía a ambos.

Diana salió de la habitación de su hermana. Para ir a conversar con su madre, pero topó de nuevo con el mismo sirviente

-Su familia la espera en el comedor, señorita Harrison.

-Iré enseguida -respondió Dianna, con su frialdad anterior

Cristopher se dirigió a la habitación de Lauren para que bajara también, pero Diana intervino diciéndole que ella descansaba y lo mejor era dejarla dormir, el sirviente obedeció, dándose la vuelta y retirándose.

Diana llegó al comedor, otra vez es la última en llegar, para su mala suerte, Robert está ahí. Esta vez no tiene el horrible aspecto de antes, era evidente que había tomado un baño, ya que su ropa estaba limpia, su oscuro cabello liso, estaba peinado a la perfección y el rostro de desesperación desapareció.

- ¿Por qué tardaste en bajar? -pregunta Robert con su típico tono acusador.

-Estaba con Lauren y se quedó dormida en mi regazo -responde Diana.

-Y, ¿Qué tiene? -preguntó Robert mientras masticaba.

-Tenía un fuerte dolor de cabeza -intervino su madre.

-Ya veo... -respondió Robert, no muy convencido.

-Por cierto, ahora que estás más, tranquilo... -dijo Diana dirigiéndose a su hermano.

-No pasó nada, ya lo resolví -respondió Robert interrumpiéndola mientras sonreía.

-¿Seguro? -responde Diana con incertidumbre

-Ya te he dicho, que no me cuestiones -respondió Robert fastidiado.

Diana quiso hacerle frente a su hermano. Si creía que era tan ilusa como para creer que tan rápido había resuelto un asunto que hace unas cuentas horas lo tenía atormentado, estaba equivocado, pero sabía que si se atrevía a seguir tocando el tema, él se enfurecería y las consecuencias de tal enojo serían otro golpe en el rostro.

-Lo siento -respondió Diana controlándose.

-En el transcurso de la semana debo ir a la casa Lennox -dijo Robert ignorando la disculpa de su hermana.

Diana pensó que probablemente pensaba ir, para que el señor Lennox resolviera cualquiera que fuese el problema en el

que se había metido, típico de Robert.

-Mañana iremos todos, Robert -responde la señora Harrison -El señor Lennox nos invitó a todos

-¿Qué? -pregunta Robert a su madre, desconcertado.

-Esta mañana, recibimos una invitación del señor Lennox, para ir a tomar el té -responde su madre sin perder la

calma.

-¿Por qué no me lo dijiste? -pregunta Robert conteniendo su evidente enojo.

-Creí que ya te lo había dicho... perdona -responde su madre aun tranquila.

-Bueno de todos modos así será más fácil hablar con el señor Lennox -contesta olvidando su resiente fastidio.

-Robert, ¿sabes si el señor Antoine Lennox está en Rowelldon? -pregunta James a su hermano.

-Sí, en el pueblo se dice que lo vieron llegar hace un par de días -responde Robert sin dejar de comer.

-¿¡De veras!? -pregunta Frances emocionada -¡Mañana podremos verlo! -exclamó, mientras miraba a James.

-¡Sí!, espero que me lleve a dar un paseo en Velkan -dijo James, compartiendo la emoción de su hermana.

-¿Por qué les gustan los caballos? - se preguntó Robert murmurando entre dientes.

-No creo que Lauren se mejore para mañana, sería mejor que se quedara a descansar -dijo Diana a su hermano -el

viaje a Rowelldon, puede intensificar su malestar.

-No morirá por un dolor de cabeza -dijo Robert con insensibilidad.

-En serio, no creo que sea buena idea que asista -insistió Diana-. Mamá la vió, ella puede decirte lo mal que estaba.

-¿Es cierto? -preguntó Robert quitando la mirada de su plato, para voltear a ver a su madre.

-Diana exagera, para mañana estará bien -responde su madre con firmeza.

-Entonces si podrá ir -responde Robert mientras mastica.

Diana mira a su madre con enojo, esta le devuelve la mirada, pero no le da importancia, lo cual significaba que algo grave había hecho Lauren como para que a su madre se portara con tanta indiferencia, pero, ¿qué podía ser tan grave como para hacerla llorar de esa forma y merecer semejante bofetón?

Lauren está en su habitación, se ha despertado de repente, lo primero que nota es que su hermana ya no se encuentra a su lado, está completamente sola. Las lágrimas comienzan a salir otra vez. No paraba de preguntarse a sí misma, ¿cómo pudo ser tan tonta?, ¿por qué se le ocurrió, que sería buena idea contarle a su madre?, definitivamente no lo había

pensado bien.

Al confesarle su embarazo, pensó que Odette querría ayudarla o la obligaría a huir, que no insistiría en casarla con Antoine, pero al revelarle aquella noticia, su madre solo sintió asco. Lauren no había comprendido que ese embarazo, no era solo una salida fácil para romper el compromiso con Antoine, aquello significaba la mayor de las deshonras para el apellido Harrison, lo cual significaba manchar tanto su reputación como la de su familia.

Lauren se sentía muy culpable de haber tenido que confesar la ayuda que recibió de la nstitutriz, Helena. Esta le había ayudado a escapar de casa para verse con el joven que había conocido. Razón por la cual su madre estaba más que decidida a despedirla en cuanto regresara de sus vacaciones.

En el comedor, la cena transcurrió con tranquilidad. Cuando todos terminaron de comer subieron a sus respectivas

habitaciones, cada uno con sus respectivos tormentos.

Odette subió a su habitación sintiéndose una pésima madre, por darse cuenta tan tarde de lo que estaban haciendo sus hijos. Robert se la pasó pensando toda la noche como explicarle al señor Lennox la situación en la que se habían metido.

Lauren trataba de dormir otra vez, pero la culpa no la dejaba, Diana tenía mil cosas en las que pensar, su hermano que pasó de estar preocupado a presentarse frente a la familia como si nada hubiera sucedido. Su hermana no solía llorar de esa forma y su madre rara vez se molesta tanto con alguna de ellas. Se encontraba en una auténtica encrucijada, pero sabía que mañana Thomas le ayudaría a entender lo que sucedía o al menos para él sería más sencillo averiguarlo.

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